¿Cuántas veces has respondido con un “bien” a la típica pregunta “cómo estás”, aun a pesar de sentirte mal, aunque te hubiera gustado responder “pues mira, no me encuentro bien, nada bien”?
Así empieza la depresión sonriente, fingiendo, con esa sonrisa falsa y funcional que nos permite sortear en primer término los prejuicios, la condescendencia y la incomprensión pero que, a la larga, termina por hacernos daño a nosotros mismos, hasta que la tristeza o la angustia puntual se convierten en depresión clínica.
Porque la tristeza y la depresión siguen sin ser socialmente aceptadas ni comprendidas a pesar de que, al igual que la alegría, la euforia o la felicidad, la tristeza y la depresión son sentimientos y estados emocionales inherentes al ser humano. Y así, a menudo, nos vemos obligados a fingir alegría cuando sentimos tristeza, a vender felicidad cuando coqueteamos con la depresión.
A continuación os explicamos en qué consiste la depresión sonriente, cuáles son sus síntomas más habituales, y por qué es peligroso y contraproducente pasarnos la vida fingiendo estados emocionales positivos por el “qué dirán”.
No puedo estar triste, ¡qué dirá todo el mundo!
En el libro Thérèse Desqueyroux de François Mauriac hay un pensamiento de la protagonista que define muy bien la contradictoria actitud de las personas que padecen la depresión sonriente. En un momento dado, Desqueyroux piensa: “No me puedo morir… ¡qué diría todo el mundo!”.
La protagonista de esta historia vive en un ambiente tan opresivamente prejuicioso que prefiere seguir viviendo para que no tengan que especular sobre las razones de su muerte, una reacción irónica que describe la actitud que muchas personas tenemos en numerosos contextos sociales fingiendo estados emocionales positivos para facilitar la rutina social. Y cuando llegamos a casa, nos quitamos la ropa (y la sonrisa) para ser nosotros mismos, tristes y preocupados.
La tristeza y la preocupación generan, o creemos que generan, negatividad a nuestro alrededor, lo que conlleva dar explicaciones que a menudo no tenemos ganas de dar por lo que optamos por la vía de la sonrisa funcional. Entonces nos vestimos la máscara del “todo va bien” para hacerlo todo más fácil a los demás. Pero ese aparentemente inofensivo “todo va bien” convertido en hábito cuando “nada va bien” puede ser la antesala de una depresión.
La depresión ‘sonriente’, una depresión atípica
La depresión sonriente es un término coloquial, no clínico, que se ha venido popularizando en los últimos tiempos para describir un tipo de trastorno emocional que entraría dentro de las depresiones atípicas, que también se vinculan a la distimia.
Según el Manual diagnóstico y estadístico de los trastornos mentales (DSM) los síntomas característicos de la depresión atípica incluyen reactividad del estado de ánimo —el estado de ánimo mejora en respuesta a eventos positivos— y dos o más de las siguientes características, presentes la mayor parte del tiempo, durante al menos dos semanas: mayor apetito, mayor sueño, sensación de pesadez en brazos o piernas y sensibilidad al rechazo interpersonal que resulta en un deterioro social u ocupacional significativo.
Aunque el término “atípico” indica algo “raro”, según los expertos, la depresión atípica en la que estaría incluida la coloquialmente definida como depresión sonriente es un subtipo de depresión con alta prevalencia, inicio temprano en la vida y tendencia a persistir por más tiempo.
En este sentido, el rasgo que caracteriza esencialmente a la depresión sonriente dentro de las depresiones atípicas es el afán de ocultamiento, un intento del individuo para que las personas que lo rodean “no perciban el malestar al que está haciendo frente”.
Así pues, junto a los síntomas descritos como pérdida o ganancia de peso, cambios en los hábitos de sueño o alimenticios, la depresión sonriente añade otro síntoma muy característico, el fingimiento público, el uso de una máscara alegre y positiva para ocultar el verdadero estado emocional.
¿Por qué ocultamos la tristeza?
Y entonces cabe hacerse esta pregunta: ¿por qué tendemos a ocultar la tristeza y fingir alegría cuando sabemos que nos estamos haciendo daño ocultando de forma constante nuestros sentimientos?
Acabamos de pasar una Navidad más y es una buena etapa del año para contextualizar esta capacidad que tenemos de fingir estados emocionales por el “bien común”. Si al llegar a casa de tus suegros el día de Nochebuena les dices lo mal que te sientes este final de año, que el trabajo va regular, que la rodilla no va bien, que el niño cada vez se porta peor, y que tampoco es que lo tuyo con su hija esté para tirar cohetes, nadie come el turrón. Entonces optamos por fingir que todo va más o menos bien esperando que llegue el final de la noche y puedas volver a “disfrutar” de tu melancolía en soledad.
“Mentir un poco” sobre nuestro estado emocional es casi inevitable, especialmente en según qué situaciones y según con qué personas. Algunas de ellas tienen un grado tan bajo de empatía que cualquier cosa que no sea “la vida es bella” puede suponer que se les fundan los plomos: determinadas personas son incapaces de gestionar la tristeza ajena, reaccionando incluso en algunos casos de forma beligerante, como si aquel que está triste fuera “culpable” de su tristeza. Así que, por nuestro propio bien, y por el de ellos, preferimos fingir, ocultar nuestro estado emocional.
Así pues, este recurso social, la máscara del “todo va bien”, es inevitable e imprescindible en numerosos contextos. El problema reside en abusar de él y llevarlo a contextos en los que no debería hacer acto de presencia, especialmente con la familia y los amigos íntimos, si es que los tenemos.
Porque una cosa es pasarnos la vida quejándonos de todo a todo el que quiera escuchar, que sin duda también puede ser contraproducente para nosotros (y exasperante para los demás) y otra plantear la vida como un escenario en el que actuar como comediantes, siempre fingiendo felicidad y alegría, como esos payasos que, cuando termina la función, se ahogan en su infinita amargura.
Así que no seamos payasos por culpa de los demás: si no son capaces de gestionar la tristeza del mundo, tendrán que aprender. Es su problema. El tuyo es evitar la depresión, no ocultando (más de lo necesario) tus verdaderos sentimientos.
Fuente: David Rubio / publico.es