Según el informe que elabora anualmente el Observatorio del Suicidio en España, en 2021 han fallecido por esta causa 4 003 personas, una media de 11 personas al día (75% hombres y 25% mujeres). Así, 2021 se convierte en el año con más suicidios registrados desde que se tienen datos (año 1906).
Esas cifras suponen un aumento del 1,6% frente a las de 2020 (cuando ya había habido un aumento del 7,4% con respecto a 2019). En menores de 15 años ha habido un aumento del 50% con respecto a 2020 (pasando de 14 a 22, 14 chicos y 8 chicas). Es en este momento la principal causa de muerte en la juventud, entre 15 y 29 años.
A las muertes por suicidio hay que añadir los intentos y la ideación suicida. Según cálculos de la OMS, existirían unas 20 tentativas por cada acto consumado. De acuerdo con otros estudios epidemiológicos, la ideación podría afectar, a lo largo de la vida, a un porcentaje de entre el 5% y el 10% de la población española.
Esos son los datos “duros”, datos que ponen en evidencia que el suicidio es un problema de salud pública de primer orden, un problema que está afectando de manera importante a adolescentes y jóvenes, y un problema en el que todas las personas estamos implicadas.
De la ideación al intento o la consumación
Cuando nos asomamos a la realidad de la conducta suicida, tenemos que considerar varias cuestiones fundamentales.
En primer lugar, hay que considerar el continuum cuyo final es el suicidio consumado, especialmente porque es en ese continuum en el que vamos a poder ayudar a las personas que sufren. Así, hablaríamos de:
- Ideación suicida. Una fase puramente cognitiva, formada por pensamientos acerca del suicidio, como pensar que la vida no merece la pena, tener preocupaciones autolesivas o crear un plan específico de muerte.
- Comunicación suicida. Consiste en la transmisión a otros del deseo, el pensamiento o la intención de acabar con la propia vida. Está situado entre la ideación y la conducta, y se puede realizar de manera verbal o no verbal y sin la aparición de lesiones.
- Conducta suicida. Es el acto propiamente dicho en el que la persona se inflige daño intencionadamente y con el fin de quitarse la vida. Puede que lo consiga o que no lo consiga, tratándose entonces de una tentativa de suicidio.
Además, existen otros comportamientos como las “autolesiones no suicidas”, que son lesiones autoinfligidas de manera intencional con la expectativa de que la lesión conlleve un daño físico leve o moderado. Su misión es aplacar el dolor psicológico (aliviar un sentimiento negativo, resolver una dificultad interpersonal) a través del dolor físico.
Muchas veces, esas autolesiones suponen un entrenamiento para soportar el dolor físico y, como tal entrenamiento, suponen un riesgo más para la conducta suicida.
Un fenómeno complejo y ambivalente
En segundo lugar, no podemos olvidar que el suicidio es un fenómeno multicausal, una conducta compleja en la que confluyen diferentes factores de riesgo, factores de protección, factores precipitantes, distintas vulnerabilidades, factores contextuales, etc. En cada uno de esos factores existe un espacio de ayuda que puede cambiar la conducta última, porque el suicidio es un fenómeno ambivalente, en el que existe a la vez el deseo de dejar de sufrir (morir) y el deseo de vivir.
Por otro lado, es esencial recordar que, si bien es un acto individual, humano, en él intervienen múltiples factores que no siempre son individuales. Lo que sí nos encontramos siempre es que la persona se ve superada en sus recursos y en sus competencias para afrontar la realidad que le toca vivir; por tanto y nuevamente, existen espacios de ayuda que pueden ser identificados.
Por último, aunque el paso al acto es impulsivo, el suicidio tiene en la gran mayoría de los casos una planificación previa, que puede ser advertida o no. Muchas veces es difícil de detectar, porque el sufrimiento es privado y la persona intenta superarlo por sus propios medios, aunque no lo consigue. Aprender a detectar las señales de alarma nos ayuda a poder intervenir de manera preventiva, aunque no seamos expertos en salud mental.
Mitos sobre el suicidio que dificultan la ayuda
Existe también una serie de mitos que funcionan en la sociedad en general. Algunos señalan que “el que se quiere matar no lo dice” y que “el que dice que se va a matar no lo hará”. Sin embargo, un número significativo de personas con ideación suicida expresa claramente sus propósitos y otras muchas lo dejan entrever directa o indirectamente.
Es fundamental detectar esas señales de alarma. La realidad es que 6 de cada 10 personas piden ayuda de una u otra manera en la misma semana de su suicidio y que 2 de cada 10 la piden el mismo día.
Otro mito es que “quien habla de su intención de morir en realidad lo que hace es una manipulación del entorno o una búsqueda de atención”. Algunas personas amenazan o intentan suicidarse como una súplica desesperada para que los demás sepan que tienen un dolor insoportable, que no pueden afrontarlo en soledad y que necesitan ayuda.
Es posible que no conozcan otras formas de expresar esos sentimientos, que crean que a nadie le importa o que nadie les puede ayudar. Las personas en crisis suicida necesitan atención y apoyo, independientemente de cómo expresen esa necesidad.
También hay quien piensa que “el suicidio es un acto egoísta”, cuando la realidad es que muchas personas que intentan suicidarse se sienten una carga para sus familias y precisamente quieren liberarles de ella.
Otra idea compartida socialmente que impide dar una ayuda efectiva es que “quien se quiere matar al final lo va a hacer”. Sin embargo, sabemos que los pensamientos suicidas suelen ser a corto plazo y específicos de la situación, por lo que no son permanentes. La desesperanza, que siempre está presente, provoca una constricción en la visión de la vida, en la visión de sí mismo y del entorno, facilitando y potenciando la visión en túnel que señala que no hay salida, que nada va a cambiar y que el dolor será permanente.
Podemos ayudar a cambiar esa visión conociendo cuáles son los factores de riesgo y de protección que tiene cada persona, ayudándola a detectar posibles desencadenantes, a encontrar otras alternativas de solución de problemas, a establecer conjuntamente un plan de intervención en crisis. Nadie puede en soledad con los avatares de la vida. Frente a la desconexión de la persona en crisis suicida, nuestra convicción de que podemos ayudarle es muchas veces la luz al final del túnel.
Otra creencia errónea, ampliamente compartida por la sociedad, es que hablar del suicidio con personas que pueden estar en una situación vital complicada les va a dar ideas que antes no tenían y puede precipitar esa decisión. Sin embargo, hay evidencia de que hablar y escuchar a una persona con ideación suicida puede reducir su miedo y angustia, eliminar la sensación de soledad y aislamiento, reducir el estigma, permitirle buscar ayuda y comenzar un camino hacia la recuperación.
Es bueno hacerle saber a alguien que hemos notado que no está bien, que está luchando para estar mejor y preguntarle si tiene pensamientos suicidas. Al ponerlo en común abierta y honestamente estamos ayudando a la persona a dar los primeros pasos para obtener la ayuda que necesita. La escucha activa es crucial para hablar sobre el suicidio.
Por tanto, podemos decir abiertamente que el suicidio sí se puede prevenir. No hace falta ser una persona experta en salud mental o personal sanitario. Hace falta no mirar para otro lado cuando detectamos a una persona vulnerable, hace falta dejarle hablar, escuchar con respeto, facilitarle que conecte con los recursos de ayuda profesional. A veces puede hacer falta ayudarle a mantenerse a salvo hasta que llegan los recursos especializados y siempre es necesario hacerle saber que no está sola y que podemos ayudarla.
Fuente: Patricia Insúa / theconversation.com