Todos hemos pronunciado o escuchado alguna vez estas palabras (o algunas similares) de la boca del padre o madre de un adolescente: “No me cuenta nada. Se pasa el día encerrado en su habitación, si sale lleva los cascos puestos y no me oye, me contesta con monosílabos y parece que le molesta que intente hablar con él…”.
Más allá de que la adolescencia tenga una imagen pública de fase “complicada”, en la que hijos, nietos o sobrinos se transforman de dulces niños a jóvenes huraños, lo cierto es que la falta de comunicación efectiva entre los jóvenes y los adultos es un problema recurrente que puede afectar el desarrollo emocional y social de los primeros.
¿Por qué cuesta comunicarse?
Las diferencias generacionales, sumadas a la búsqueda de identidad y autonomía características de la infancia y adolescencia, a menudo generan conflictos y malentendidos. Los adultos, muchas veces, emplean métodos de comunicación que los jóvenes perciben como anticuados o autoritarios, lo que refuerza la desconexión.
Frente a esta situación, resulta crucial identificar estrategias que mejoren la comunicación, fomentando el entendimiento mutuo. La empatía, el diálogo abierto y la creación de un ambiente de confianza contribuye a que niños y adolescentes se sientan escuchados y valoren compartir tiempo con los adultos, lo que promueve relaciones más saludables y constructivas.
La brecha generacional: un abismo en la comunicación
Una de las principales dificultades a las que se enfrentan los niños y adolescentes cuando escuchan a los adultos es la brecha generacional. Esta distancia no solo se manifiesta en las diferencias de edad, sino también en las distintas experiencias de vida, valores y perspectivas que ambas generaciones tienen.
Los adultos, a menudo, tienden a utilizar formas de comunicación que pueden parecer desfasadas o irrelevantes para los jóvenes, quienes están inmersos en un mundo acelerado y tecnológico. Por otro lado, los niños y adolescentes suelen desestimar los consejos y advertencias de los adultos, considerando que están basados en experiencias de un tiempo pasado, alejado de su realidad actual.
La tecnología y la cultura digital han exacerbado esta brecha, generando un entorno en el que los adultos, muchas veces, se sienten extraños o desorientados.
Los jóvenes pueden percibir a los adultos como figuras autoritarias pero desactualizadas, por lo que es necesario un esfuerzo consciente por ambos lados. Los adultos pueden, por ejemplo, involucrarse en los intereses y tareas de los adolescentes. Estar con ellos y que se sientan acompañados. Se pueden realizar actividades intergeneracionales y profigurativas, participar juntos en proyectos comunitarios y voluntarios, y buscar un tiempo de recogimiento y reflexión conjunta, que se puede lograr desde compartiendo paseos en la naturaleza hasta viendo alguna película o serie en común.
Por otra parte, para que los jóvenes valoren la experiencia de las generaciones anteriores y su sabiduría hace falta la convivencia, el ejemplo y el diálogo. Cuando los adultos comparten experiencias y enseñanzas con los jóvenes, les presentan una perspectiva quizás alejada, pero si se sabe explicar bien, valiosa para enfrentarse a los retos de la vida.
La búsqueda de identidad y autonomía
Durante la infancia y la adolescencia, los jóvenes están en una constante búsqueda de identidad y autonomía. Este proceso natural, aunque necesario para el desarrollo personal, puede crear fricciones con las figuras de autoridad, como padres y docentes.
En su afán por encontrar su propio camino y definir su identidad, los adolescentes suelen cuestionar, desafiar y, en muchos casos, ignorar los consejos de los adultos. Este comportamiento es, en parte, un mecanismo para afirmar su independencia y diferenciarse de sus padres y otros adultos.
Sin embargo, esta búsqueda de autonomía puede llevar a que los jóvenes desoigan advertencias y consejos que podrían ser valiosos para su desarrollo y bienestar. Es fundamental que los adultos comprendan este proceso y no lo interpreten como una simple rebeldía o desobediencia.
En lugar de imponer su autoridad, es recomendable que los adultos promuevan un ambiente de diálogo abierto y respetuoso, donde los adolescentes se sientan escuchados y valorados. Así, es más probable que los jóvenes estén dispuestos a escuchar y considerar los puntos de vista de los adultos, sintiéndose respetados en su proceso de autoafirmación.
La confianza y la empatía en la comunicación
La falta de confianza y empatía es otro factor crucial que dificulta la comunicación entre niños, adolescentes y adultos. Cuando un joven no siente que puede confiar en un adulto, es menos probable que escuche o siga sus consejos.
Esta desconfianza puede originarse por diversas razones: experiencias pasadas de incomprensión, un ambiente familiar o educativo autoritario, o simplemente la percepción de que el adulto no entiende sus problemas y preocupaciones.
La empatía, por otro lado, es clave para construir puentes de comunicación efectivos. Cuando un adulto se pone en el lugar del joven, demostrando comprensión y sensibilidad hacia sus emociones y desafíos, se crea un ambiente propicio para el diálogo. Los niños y adolescentes son más receptivos cuando sienten que sus sentimientos son validados y sus preocupaciones son tomadas en serio.
Para fomentar esta empatía, los adultos deben hacer un esfuerzo consciente por escuchar activamente, sin juzgar, y responder de manera constructiva. Este enfoque no solo facilita la comunicación, sino que también fortalece el vínculo afectivo, generando un entorno de confianza donde los jóvenes se sienten seguros para expresarse y escuchar.
Estrategias para mejorar la comunicación y el entendimiento
Dado el contexto complejo de la relación entre niños, adolescentes y adultos, es importante adoptar estrategias que promuevan una mejor comunicación y entendimiento mutuo.
Una de estas estrategias es el diálogo abierto y frecuente. En lugar de limitar las conversaciones a temas superficiales o disciplinarios, los adultos deben buscar oportunidades para hablar sobre asuntos de interés común, como experiencias personales. Este tipo de conversaciones ayudan a reducir la distancia emocional y a construir una relación más cercana y comprensiva.
Otra estrategia efectiva es el establecimiento de límites claros, pero negociables. Es fundamental que los adultos establezcan normas y expectativas, pero también es importante que estas reglas sean discutidas y comprendidas por los jóvenes. Involucrarlos en la creación de estas normas no solo facilita su cumplimiento, sino que también les enseña responsabilidad y respeto mutuo. Además, es crucial que los adultos den ejemplo con su comportamiento, demostrando coherencia entre lo que dicen y lo que hacen. Los jóvenes son muy observadores y, a menudo, aprenden más del ejemplo que de las palabras.
Finalmente, es vital que tanto adultos como jóvenes trabajen en el desarrollo de habilidades de escucha activa. Esto implica prestar atención plena, evitar interrupciones y hacer preguntas para clarificar y profundizar en la conversación. Fomentar la escucha activa no solo mejora la calidad de la comunicación, sino que también demuestra respeto por el otro, reforzando el vínculo y la disposición a aprender mutuamente.
Fuente: Joan Tahull Fort / theconversation.com