Sara, de 14 años, ha sido desde pequeña una estudiante ejemplar, pero en 3º de la ESO (el penúltimo año de la educación obligatoria en España) empieza a estar distraída, en un sube y baja de emociones. Y por si esto fuera poco, se le han atascado las matemáticas. En su casa, su padre comenta que la familia nunca ha sido de números. Al escucharlo, Sara se pregunta: ¿para qué esforzarse?
Resulta evidente que Sara está desmotivada. De hecho, tristemente, Sara es parte de las estadísticas que reflejan la creciente falta de motivación académica entre los adolescentes en las aulas. Es, por tanto, urgente que trabajemos para cambiar esta situación.
Pero antes, hemos de entender que, si queremos cambiar esta realidad, primero debemos ir más allá: preguntarnos el porqué. Y eso es precisamente lo que ofrece la neurociencia del aprendizaje. Este enfoque subraya la importancia de entender la arquitectura anatómica y funcional del cerebro, con el objetivo de potenciar su salud y su rendimiento.
El cerebro adolescente
En contra de lo que se pueda pensar, el cerebro adolescente no es una versión reducida del cerebro adulto. En realidad, es anatómica y funcionalmente distinto, lo que explica por qué su comportamiento y necesidades son también diferentes.
Imaginemos que Sara se frustra y deja las matemáticas. Podríamos percibirla como una adolescente melodramática, intensa e impulsiva. Este tipo de comportamientos a menudo se atribuyen a las hormonas. Sin embargo, tenemos que saber que esto es solo una parte de la transformación cerebral que experimenta el cerebro de Sara.
La investigación del Instituto de Neurociencia Cognitiva de Londres sugiere que estos comportamientos se deben a la maduración lenta de la corteza prefrontal (sistema racional) y a los cambios en el sistema límbico (sistema emocional) durante la pubertad. Esta combinación de una corteza prefrontal inmadura y un sistema de recompensa más reactivo hace que los cerebros adolescentes funcionen de manera menos eficiente que los de los adultos en términos de planificación, tolerancia a la frustración e inhibición de impulsos. Es decir, son más propensos a sentirse desbordados, estresados y superados.
Motivación académica desde la neuroeducación
Esta idea es especialmente importante al hablar de motivación, porque lo primero que tenemos que entender es que el cerebro está siempre eligiendo si se asusta o se motiva. Si el cerebro se asusta, se prepara para huir, buscando así que esa situación termine. No importa cuán inteligente sea el estudiante: no podrá comprender ni aprender, no porque no tenga la capacidad, sino porque cuando se activa su centro del miedo, el riego en la zona racional del cerebro se reduce, y con ello decae su atención y motivación.
Por eso, la neurociencia destaca la importancia de evitar el estrés negativo (o estrés exacerbado) en las aulas, para así favorecer la motivación y, con ello, el aprendizaje. En este sentido, los docentes tienen en su mano la posibilidad de generar más motivación con una atmósfera de aprendizaje que minimice el estrés exacerbado.
En este punto, queremos destacar una práctica pedagógica que camina en esta dirección: fomentar la mentalidad de crecimiento.
La mentalidad fija vs. la mentalidad de crecimiento
La psicóloga estadounidense Carol Dweck propone que existen dos formas de interpretar y responder ante las situaciones difíciles: la mentalidad fija y la mentalidad de crecimiento. ¿Qué mentalidad ayudará a Sara a salir del “modo miedo” y entrar en el “modo motivación”? ¡Vamos a verlo!
Las personas con una mentalidad fija creen que la inteligencia y los talentos no pueden cambiar. Al encontrase con un contenido o una actividad difícil, no persisten porque tienen la creencia de que por más que le dediquen tiempo y se esfuercen, nunca lo sabrán hacer.
En cambio, las personas con una mentalidad de crecimiento creen que el talento y las habilidades se pueden desarrollar a través del trabajo constante, estrategias de aprendizaje y, por qué no, pidiendo ayuda. Los pensamientos más habituales de estas personas son: “Si algo se me da mal, tendré que esforzarme para conseguir superar esta barrera”.
Entonces, ¿qué mentalidad ayudará a Sara? En efecto, la mentalidad de crecimiento.
La pregunta pasa a ser entonces: ¿qué pueden hacer los educadores para fomentar esta mentalidad?
La evaluación formativa: ¿qué es?
Una práctica docente de poco coste y muy eficaz para fomentar la mentalidad de crecimiento es la evaluación formativa, que guíe y fomente los espacios de mejora y que dé importancia al esfuerzo y la práctica, es decir, al proceso.
Por ejemplo: el docente puede elogiar el esfuerzo en lugar del talento, con mensajes del tipo: “Se nota que te has esforzado, es un gran trabajo”, en lugar de decir: “Esto es lo tuyo”. Asimismo, cuando el estudiante tenga dificultades, Carol Dweck recomienda utilizar la palabra “todavía” para enfocarse en el proceso.
Además, la mentalidad de crecimiento también promueve una cultura donde el error se entiende como una herramienta más de aprendizaje. Así, se pide a los educadores que ofrezcan a los estudiantes la oportunidad de cometer errores y recibir retroalimentación con un contenido descriptivo (explicando de forma paulatina y clara qué ha de hacer para seguir mejorando). De este modo, el control de la calidad de la tarea no recae en dones innatos, sino en cosas concretas en las que uno puede poner su esfuerzo.
Del modo supervivencia al modo aprendizaje
En definitiva, la principal idea que queremos transmitir es que para que los estudiantes puedan aprender, deben estar en modo crecimiento (aprendizaje) y no en modo supervivencia. Crear este entorno es responsabilidad de los adultos, quienes cuentan con un sistema racional y emocional más maduro y equilibrado.
Por eso, familias, docentes y orientadores pueden indagar más sobre las estrategias expuestas anteriormente y, sobre todo, sobre cómo transmitir este mensaje en sus actitudes y comportamientos. Tanto fuera como dentro del aula, vivir desde la mentalidad de crecimiento nos permite impulsar nuestra motivación intrínseca por aprender y enseñar.
Gracias de corazón a todos los educadores y educadoras que se atreven a seguir aprendiendo, promoviendo los valores de la neuroplasticidad cerebral, encarnando las palabras de Santiago Ramón y Cajal:
“Todo hombre puede ser, si se lo propone, escultor de su propio cerebro”.
Fuente: Lucía Barrenetxea-Mínguez y Cristina Pascua Martín / theconversation.com