Wish I could, I could’ve said goodbye
I would’ve said what I wanted to
Maybe even cried for you
If I knew it would be the last time
I would’ve broke my heart in two
Tryna save a part of you
La canción “I’ll Never Love Again”, interpretada por Lady Gaga en la película A Star Is Born, resume profundamente el dolor y la sorpresa que acompañan a la pérdida de un ser querido, especialmente cuando es debido a un suicidio, a menudo repentino e inesperado. La letra recoge el deseo de haber tenido la oportunidad de despedirse adecuadamente, quizás incluso de llorar juntos una última vez.
Cada año, más de 700 000 personas se quitan la vida en todo el mundo, según la Organización Mundial de la Salud. Si lo pensamos bien, la cifra de afectados aumenta si tenemos en cuenta que también impacta a millones de personas que atraviesan un duelo complicado. Pensemos que, por cada persona que se suicida, al menos seis se ven afectadas directamente. Y que, además del dolor emocional, tienen que lidiar con desafíos que los estigmas y tabúes de la sociedad les ponen enfrente.
¿De dónde viene el estigma?
El estigma asociado al suicidio en los países occidentales se arraiga en un pasado cargado de prejuicios y tradiciones culturales. Historias y leyendas antiguas, junto con rígidas normas sociales, han ido tejiendo a lo largo del tiempo una tela de silencio alrededor de este tema tan delicado. No han sido infrecuentes las familias que, tras enfrentar el suicidio de uno de sus miembros, se han visto envueltas en un manto de silencio impuesto tanto por el miedo al qué dirán como por la creencia de que hablar de ello traería más desgracias.
Esta actitud, lejos de servir de apoyo, sume a las familias en una soledad aún más profunda, generando un sufrimiento silencioso que se transmite generación tras generación. Aún hoy, sigue afectando profundamente a quienes afrontan el duelo por suicidio, dejándoles en un aislamiento que agrava su dolor y confusión.
¿Qué hace el duelo tan complejo?
Perder a alguien por un suicidio es una experiencia única y profundamente dolorosa. Quienes lo sufren se llenan de dudas y emociones fuertes. Se preguntan a menudo por qué no lo vieron venir. Recuerdan momentos y señales que, echando la vista atrás, parecen alarmantes. La mezcla de incredulidad y culpa es intensa.
Los que quedan se preguntan si podrían haber hecho algo para evitar el suicidio. Sienten remordimientos, lo que aumenta su dolor. Enfrentan no solo la pérdida, sino también el enigma de una despedida en silencio. El duelo se convierte en un camino solitario y complicado.
Por eso necesitamos crear lugares seguros donde la gente pueda hablar sin miedo a ser juzgada. Decir “estoy aquí para ti” puede significar mucho para alguien que está sufriendo. Entender y validar sus sentimientos es un paso crucial para ayudar.
Cómo ayudar de manera efectiva
Hablar de suicidio es difícil. Pero necesitamos ser más abiertos y comprensivos cuando se trata de este tema. Entender lo que realmente necesita alguien en duelo es fundamental. He aquí algunas ideas útiles:
- Ser pacientes y constantes, sabiendo que todos pasan por el duelo a su ritmo.
- Ofrecer recursos, dándoles información sobre dónde encontrar ayuda, es muy útil. Por ejemplo, acudir a asociaciones o grupos de ayuda mutua.
- Validar sus sentimientos y hacerles saber que está bien sentir lo que sienten.
- Escuchar de verdad. A veces solo necesitan a alguien que les escuche sin interrumpir.
- Apoyo a largo plazo. El duelo no tiene fecha de caducidad. Mostrar que estaremos ahí a largo plazo es importante.
- Animarles a ser creativos, ya que expresar los sentimientos a través del arte puede ser muy terapéutico.
En resumen, abordar el duelo por suicidio desde un lugar de profunda empatía y cariño tiene el poder no solo de transformar vidas, sino de tejer el vínculo de una sociedad donde la compasión es la columna vertebral. Juntos podemos asegurarnos de que nadie tenga que enfrentarse solo a esta travesía, tejiendo una red de solidaridad que abrace a cada persona en su momento de necesidad.
Fuente: Teresa Bobes-Bascarán / theconversation.com