Kilian Jornet ganó el ultra trail o carrera de ultrafondo del Mont Blanc en 2022, recorriendo más de 170 kilómetros y más de 10 000 metros de ascensión en 19 horas 49 minutos y 30 segundos. Stéphanie Gicquel recorrió 2 045 kilómetros sobre esquís en 74 días, atravesando la Antártida para llegar al Polo Sur con temperaturas de hasta -50 °C. Thomas Pesquet realizó un paseo espacial de 6 horas y 54 minutos a 400 kilómetros sobre la Tierra.
Estos deportistas extremos despliegan esfuerzos mayúsculos para adaptarse a condiciones y exigencias ambientales excepcionales. Llevar al ser humano más allá de sus límites tiene importantes consecuencias conductuales y psicológicas.
Entonces, ¿alcanzar esos rendimientos extraordinarios les diferencia del común de los mortales?
Entornos y rendimientos extremos
Realizar ejercicio intenso a gran altitud, en aguas profundas, en una estación polar o durante un vuelo espacial, o correr un ultra trail son actividades extremas que estresan tanto el cuerpo como la mente.
Estos entornos se caracterizan a menudo por condiciones naturales hostiles: falta de oxígeno, altas presiones atmosféricas, ingravidez, frío, calor, oscuridad, etcétera. Y aunque los factores del entorno físico son la principal fuente de estrés, ciertas situaciones también van acompañadas de exigencias sociales.
En las estaciones polares o en los vuelos espaciales tripulados, las personas pueden pasar varios meses juntas, y los participantes están expuestos a otras formas de “estresores”: aislamiento prolongado, confinamiento, aburrimiento, falta de intimidad, ausencia de placeres y relaciones interpersonales… La lista es larga.
Por ejemplo, Valeri Ryumin, un cosmonauta ruso, al parecer describió estas condiciones extremas de la siguiente manera:
“Se dan todas las condiciones necesarias para cometer un asesinato si metes a dos hombres en una cabina de 5 por 6 metros y los dejas allí durante dos meses”.
Dependiendo de la naturaleza del entorno, las personas pueden sufrir diferentes síntomas. A gran altitud, por ejemplo, algunos individuos desarrollan el mal agudo de montaña, caracterizado por una serie de trastornos fisiológicos, psicológicos, conductuales, cognitivos y afectivos debidos a las condiciones ambientales de hipoxia. Esta enfermedad está vinculada tanto al nivel de altitud como a la velocidad de ascenso y varía de un individuo a otro.
Adaptarse a estas múltiples limitaciones es un reto. Algunas personas lo consiguen mejor que otras, y a veces más rápidamente.
¿Cómo influye la personalidad?
Los estudios han demostrado que la personalidad desempeña un papel importante en el proceso de adaptación a situaciones extremas.
La adaptación ha estado en el centro de la definición de personalidad del psicólogo Gordon Allport desde principios del siglo XX. Desde la década de 2000, incluso se ha definido como un patrón característico de adaptación en la forma habitual de pensar (cognición), sentir o percibir (emociones) y comportarse o reaccionar (conducta) que tiende a permanecer relativamente estable en distintas situaciones y a lo largo del tiempo.
Durante un ascenso simulado al Everest en una cámara hipobárica, los sujetos “reservados” y “oportunistas” demostraron ser más capaces de afrontar el reto de la hipoxia que las personas “abiertas” y “conscientes”.
En el ámbito del buceo profesional, una evaluación de los estados de ansiedad de dieciséis buceadores mostró que tres de ellos presentaban un nivel de ansiedad clínica durante la inmersión. El análisis de sus personalidades mostró que tenían dificultades para controlarse y eran emocionalmente inestables, a menudo con estados de ánimo depresivos y ansiosos.
La comparación de la personalidad de un buceador que desarrolló reacciones graves de ansiedad, tras observar a un compañero en situación de narcosis, con la de un buceador que no experimentó ninguna reacción mostró que el primero era extrovertido con riesgo de somatización.
En microgravedad, los sujetos que mejor se adaptan a las condiciones exigentes del vuelo parabólico (fases alternas de hipergravedad y microgravedad) son personas a las que no les gusta la monotonía ni las tareas repetitivas y rutinarias. Son más dinámicas y proactivas en su búsqueda de sensaciones.
Estos pocos estudios demuestran que la personalidad se ha convertido en un factor relevante en los procesos de adaptación en entornos extremos.
El papel especial de la inteligencia emocional
La inteligencia emocional puede considerarse una característica de la personalidad que proporciona un marco interesante para evaluar las diferencias individuales en la forma en que los individuos identifican, expresan, comprenden, regulan y utilizan sus propias emociones y las de los demás.
Los deportes extremos ofrecen una situación especialmente propicia para examinar este rasgo de la personalidad. Los ultra trails de montaña como el UTMB (Ultra Trail du Mont-Blanc) y el Tor des Géants figuran entre las carreras más difíciles del mundo.
Demostramos que los atletas con puntuaciones altas en inteligencia emocional presentaban estados de recuperación más altos que quienes presentaban puntuaciones más bajas. Los resultados confirman el papel positivo de la inteligencia emocional para hacer frente a situaciones difíciles, potenciando la capacidad del individuo para “recuperar” recursos y mejorar su adaptación psicológica a los deportes extremos. Desde esta perspectiva, tal característica de la personalidad podría tener un papel protector contra el estrés y mejorar la preparación mental antes de la competición.
Diversos estudios han sugerido que ciertas disposiciones de carácter, como la personalidad de los individuos atraídos por las situaciones extremas, varían de un entorno a otro (por ejemplo, estaciones polares o misiones espaciales) y pueden influir en los procesos de adaptación. Identificar estas características podría permitir mejorar la selección y preparación de los individuos para mejorar su adaptación.
Al conocer el perfil de personalidad, el psicólogo puede adaptar la preparación a las características del individuo. Por ejemplo, algunas personas dan más importancia a cierta información sensorial a la hora de realizar sus acciones. Estos sujetos podrían recibir formación para utilizar otras modalidades sensoriales con el fin de aumentar sus capacidades y su rendimiento.
Otro ejemplo sería desarrollar la inteligencia emocional en nuestros atletas extremos para ayudarles a regular sus emociones y gestionar su estrés con el fin de mantener o, incluso, mejorar su rendimiento.
La mayoría de los estudios en entornos extremos se centran en los trastornos de adaptación e intentan identificar las características de personalidad para mejorar la selección y el entrenamiento de los participantes. Pero desde Thomas Pesquet hasta Killian Jornet y Stéphanie Gicquel, no cabe duda de que los atletas extremos tienen características de personalidad extraordinarias.
Fuente: Michel Nicolas y Benoît Bolmont / theconversation.com