Entrenar la tolerancia a la frustración desde la infancia es clave para fomentar la resiliencia y el adecuado desarrollo psicológico. Los padres deben guiar a sus hijos durante la crianza para ayudarles a entender las emociones difíciles y aprender cómo gestionarlas.
Las personas podemos experimentar diversos estados internos, algunos más agradables que otros. Sin embargo, aprender a aceptar y tolerar todos ellos se hace especialmente importante para cultivar una adecuada salud emocional. La frustración es uno de los que más nos cuesta asimilar, especialmente si durante la infancia no hemos recibido una buena educación que nos ayude a gestionarla.
Y es que la frustración forma parte de la vida misma porque aparece en todo tipo de escenarios cotidianos: una discusión con alguien, un fracaso, un imprevisto… todo ello implica sentir una reacción natural de impotencia que, si no poseemos las herramientas adecuadas, puede desbordarnos y provocar problemas. Al fin y al cabo, no podemos evitar exponernos a este tipo de situaciones difíciles. Por ello, lo mejor que podemos hacer es entrenar la tolerancia a la frustración con el fin de lograr convertirnos en individuos más resilientes.
La infancia es una etapa propicia para perseguir este objetivo. Estos primeros años de la vida son cruciales para asentar las bases de nuestro desarrollo psicológico, por lo que recibir una buena educación emocional desde el principio nos beneficia no sólo siendo niños, sino también adultos. Las personas que han aprendido a convivir con la frustración aprenden a tolerarla y gestionarla, una habilidad que les facilita el adecuado funcionamiento en todas las esferas vitales. En este artículo vamos a hablar acerca de algunas claves que pueden ser de utilidad para entrenar la tolerancia a la frustración durante la infancia.
La baja tolerancia a la frustración
Como venimos comentando, la frustración aparece en muchas situaciones de la vida diaria, con una intensidad variable dependiendo del desencadenante que la haya hecho aparecer. Aunque se puede entrenar, es cierto que hay individuos con una predisposición mayor a frustrarse. En otras palabras, su umbral de tolerancia se encuentra de manera natural por debajo del promedio.
A veces, la baja tolerancia a la frustración encuentra su origen en la infancia, especialmente cuando los padres han tendido a la sobreprotección. Este estilo en la educación puede llevar a los hijos a interiorizar que pueden obtener todo aquello que deseen de manera inmediata, sin esperas. Así, al convertirse en adultos estos pueden confundir sus deseos con necesidades y mostrar incapacidad para lidiar con los eventos frustrantes de la vida.
Cuando una persona se frustra, automáticamente aparece un intenso malestar emocional, así como pensamientos en los que rumia acerca del esfuerzo en vano que ha hecho. Quienes tienden a frustrarse con facilidad, suelen asumir que los obstáculos y los imprevistos en el camino son una señal para rendirse y abandonar la meta que se habían fijado. Esto conduce a que permanezcan estancadas en una posición de resignación, desde la que se perciben como incapaces de conseguir cosas y avanzar, lo que da pie a un círculo vicioso de malestar que se retroalimenta continuamente.
La manera en la que esta frustración sale a relucir varía dependiendo de cada persona, aunque es habitual que esta de pie a conductas dañinas tanto para la propia persona como para los demás. Todo ello hace que vivamos en un espiral que produce un sufrimiento considerable, aunque afortunadamente existe solución.
Y no, esta no consiste en negar la frustración, ocultarla y fingir que no existe. Por el contrario, resolver esta cuestión implica aprender a aceptarla para poder empezar a manejarla. Así, en lugar de quedarnos atascados en el sentimiento de impotencia podremos avanzar a pesar de los obstáculos que se nos presenten en el camino. En definitiva, manejar nuestra frustración requiere adquirir estrategias que ayuden a lidiar con esas situaciones que nos ponen a prueba y nos desbordan.
Las personas incapaces de tolerar la frustración pueden llegar a experimentar un pobre control de los impulsos, de forma que su impotencia ante una realidad que no saben gestionar puede manifestarse de múltiples formas desadaptativas y dañinas para el propio individuo y para los demás. Esto puede desencadenar todo tipo de problemas psicológicos, entre los cuales destacan:
- Ansiedad generalizada: La sociedad actual en la que vivimos se caracteriza por una baja tolerancia a la frustración generalizada. Nos hemos desarrollado en un entorno que nos ha enseñado que es posible tener todo cuanto deseamos de forma inmediata, aunque esto no es real. Por ello, nos produce ansiedad la vida misma, las esperas, las metas lejanas, los obstáculos en el camino… Nos hemos vuelto intolerantes a todo aquello que no está ya entre nuestras manos.
- Adicciones: A veces, cuando nos encontramos desbordados por la frustración, es posible que busquemos en las drogas, el juego o las compras una vía de escape. Sobra decir que esto no hace más que agravar el problema inicial, pues la ludopatía o el abuso de drogas solo sirven como un falso refugio de la realidad.
- Evitación: La baja tolerancia a la frustración puede llevar a las personas a adoptar conductas de evitación, con el fin de no exponerse a las situaciones que generan este tipo de malestar. Sin embargo, tal y como comentábamos al inicio, esta no es una buena vía de solución. Evitar frustrarnos es imposible, pues la vida implica necesariamente lidiar con obstáculos y fracasos.
Cómo enseñar a los hijos a tolerar la frustración: 4 claves
Como venimos comentando, aprender a tolerar la frustración requiere contar con estrategias y herramientas para ello. Lo ideal es que esta caja de herramientas se vaya elaborando desde la infancia con el apoyo de los adultos de referencia. Así, a lo largo de la crianza los padres pueden ayudar a sus hijos a entender lo que sienten y saber qué hacer en consecuencia. En este sentido, algunas estrategias pueden ayudar:
1. Evita caer en la sobreprotección
Sobreproteger es una tendencia común entre los padres. El amor y el deseo de cuidar pueden llevar a enfocar la crianza desde una perspectiva que, pretendiendo ser mejor, se convierte en un problema. La sobreprotección hace que los niños y niñas pierdan oportunidades de experimentación y, por consiguiente, se reduce su exposición a la frustración y los fracasos.
Se les envuelve en una burbuja donde todo es seguro y fácil, lo que les dificulta aprender a relacionarse con las emociones difíciles. En lugar de anticiparse y prevenir el error de los hijos, los adultos deberían actuar brindando apoyo. Es algo así como colocar un andamio que facilite la construcción del edificio hasta que este logre sostenerse por sí solo. De esta manera, los hijos pueden ponerse a prueba, cometer errores y entender que pueden sentir todo tipo de emociones y todas ellas son válidas.
2. Aprendizaje por observación
Una forma muy potente de aprendizaje es aquella que se produce mediante la observación. Los niños encuentran en sus progenitores a sus figuras de referencia, los modelos que imitan y que guían qué conductas son correctas y cuáles no. Por ello, se hace esencial que estos puedan predicar con el ejemplo y representar un adecuado modelo de tolerancia a la frustración. Si los progenitores responden a este tipo de situaciones con rabia, enfado o impulsividad, es fácil que los pequeños adopten estas reacciones. No podemos exigirles que gestionen su frustración con inteligencia emocional si su entorno no les enseña cómo.
3. Cambiar la percepción de los fracasos
Vivimos en una sociedad basada en la meritocracia, donde a menudo se pone el foco únicamente en el resultado. Sin embargo, se minimiza el peso del proceso y el camino recorrido. Esto hace que, cuando se obtienen fracasos, automáticamente se viva como algo negativo. Sin embargo, aprender a vivir con la frustración requiere entender que el error es algo constructivo que brinda aprendizajes. En lugar de poner el foco en que no se ha conseguido lo que se deseaba, es preferible invitar a los pequeños a reflexionar sobre qué podrían mejorar para la próxima vez.
4. Ajuste de expectativas
Muchos niños y niñas se sienten frustrados debido a que sus padres depositan sobre ellos unas expectativas demasiado elevadas. Es importante plantear metas y objetivos realistas, que se amolden a la etapa evolutiva y las capacidades del pequeño. De esta forma, se les podrán plantear retos dentro de su área de desarrollo que les estimulen sin hacerles sentir desmotivados y frustrados continuamente.
Conclusiones
En este artículo hemos hablado acerca de algunas claves importantes que pueden ser de utilidad para entrenar la tolerancia a la frustración en los más pequeños. La frustración es incómoda, pero forma parte de la vida misma. En diferentes situaciones podemos experimentar impotencia y lidiar con dificultades que nos ponen a prueba. Sin embargo, tener herramientas para manejar la frustración es clave para ser más resilientes y disfrutar de un mejor estado psicológico. Es especialmente importante cultivar la tolerancia a la frustración desde las edades tempranas.
A lo largo de la crianza, los adultos pueden ayudar a los hijos a entender su frustración y manejarla de forma adaptativa. Para ello, es clave no caer en un estilo sobreprotector, dejando que los niños dispongan de cierto margen para experimentar y cometer errores. También es importante que los adultos representen un modelo adecuado de manejo de la frustración, ya que los niños aprenden muchas conductas por la simple observación. También se aconseja poner el énfasis en el proceso y no en el resultado, ensalzando la importancia de los errores como forma de aprendizaje. Además, es clave que los padres ajusten sus expectativas acorde a las capacidades y momento evolutivo de sus hijos.
Fuente: Natalia Menéndez / azsalud.com