Cómo definimos quiénes somos se ha convertido en un un concepto clave para comprender nuestras propuestas políticas, sociales, culturales; es decir, de convivencia ciudadana.
La comprensión integral de la identidad humana exige explicaciones desde múltiples niveles: desde lo genético y fisiológico hasta lo social y cultural. También nos obliga a plantearnos la vieja disputa entre las características supuestamente innatas y las adquiridas: naturaleza y cultura, cuerpo y mente, o sexo y género; por poner tres ejemplos.
El conocimiento hoy exige aplicar una visión biocultural, en la que las diversas disciplinas que estudian el ser humano colaboran y dialogan; en especial, las neurociencias y las ciencias humanas y sociales. Las categorías identitarias cerradas son cada vez más incompatibles con un cuerpo en continuo diálogo y plasticidad.
Llamamos neuroeducación al campo de conocimiento que busca el diálogo entre las disciplinas vinculadas a la investigación sobre el cerebro y aquellas dedicadas a la educación.
Neuroeducación: saber cómo educar
Aunque el término neuroeducación no es nuevo, es un campo que requiere más investigación, debate, encuentro y colaboración.
Algunas propuestas parecen proponer que los hallazgos de las neurociencias se han de traducir en órdenes para las aulas. Pero saber cómo educar es un conocimiento que requiere de un diálogo continuo. La neuroeducación puede protagonizar hoy ese diálogo de investigación colaborativa.
Veamos un ejemplo. ¿Qué dicen las neurociencias sobre la práctica de separar niñas y niños en las aulas? ¿Qué dice la práctica educativa y la pedagogía?
¿Cerebros diferentes según el sexo?
Si hubiera una diferencia sexual en el cerebro que afectara la cognición se podría interpretar que en cierta manera ello obliga a ordenar las aulas según esas diferencias cognitivas, y de ahí se pasaría a argumentar la idoneidad de separar niños y niñas. Esta lógica suele ser la que utilizan quienes mantienen la conveniencia de terminar con la coeducación en la escuela.
Sin embargo, no está claro que haya tal diferencia sexual, y tampoco si esta podría conllevar diferencias en los modelos de aprendizaje
Aun aceptando que hubiera una diferencia sexual en los cerebros, no siempre ello implica concluir que la separación por grupos de cerebros diferentes redunda en una mejor disposición al aprendizaje.
Es decir, no se ha evidenciado diferencia sexual en el cerebro; tampoco, si la hubiera, necesariamente debería conllevar diferencias en las formas de aprender; y, finalmente, si hay alguna diferencia no está claro que eso se haya de traducir en una separación de cerebros en las aulas porque implique un beneficio educativo.
¿Para qué educamos?
Responder esta pregunta obliga a reflexionar sobre el tipo de sociedad que queremos y ahí entran muchas disciplinas y conocimientos, así como experiencias e historia. ¿Queremos una sociedad competitiva o colaboradora?
Las diferencias cognitivas, si las hubiere, sean estas sexuales o de otro tipo, no son un argumento que directamente aconseje la separación por grupos en el proceso de enseñanza–aprendizaje.
Es más, y como gran parte de la comunidad educativa propone, la diversidad, y no la homogeneidad, en las aulas es un elemento que puede ayudar a promover el aprendizaje.
Por otra parte, si tan importantes son las diferencias entre los sujetos a la hora de aprender–enseñar, deberemos también tener en cuenta el papel que ejerce la escuela como institución que ayuda a educar para no convertir esas diferencias en desigualdades.
Ventajas de la segregación
La escuela segregada puede ofrecer ventajas: estandariza fácilmente los curricula, ya que su base es la homogenización de los grupos; y posibilita la multiplicación de variedad en la oferta educativa. Todo ello es atractivo para un mercado basado en dar múltiples posibilidades de elección a padres y madres, quienes sienten que el ejercicio de maternidad y paternidad responsables pasa por poder elegir el tipo de educación.
También simplifica la medición y evaluación de procesos y resultados de forma homogénea, sin introducir variables de género. Esto puede explicar el interés que parte de la comunidad científica, educativa y política tiene en la educación segregada.
Superar la desigualdad
En cambio, si el objetivo prioritario de la educación es la formación en valores para un mundo más justo, igualitario y humano, deberíamos concentrarnos en cómo revertir los patrones de desigualdad de género que todavía perviven.
Para investigar cómo hacerlo necesitamos entender la complejidad del fenómeno de la construcción identitaria del sexo y el género. Y ello no sólo es una cuestión neurocientífica, sino también social y cultural.
La neuroeducación puede jugar un papel clave en ese reto. ¿Cómo? Por ejemplo, centrándose en evaluar las diferencias individuales, y en cómo esas diferencias pueden ser potenciadas en sus aspectos positivos en aulas con tanta diversidad como las sociedades actuales presentan.
Políticas desde la coeducación
La neuroeducación abre el momento para un diálogo crítico entre disciplinas. En ese diálogo no tenemos conclusiones desde las neurociencias que avalen que los resultados educativos son mejores en la educación segregada.
Pero, en contrapartida, sí tenemos robustas conclusiones sobre la importancia de partir de políticas de igualdad de géneros para mejorar los resultados educativos de nuestras y nuestros jóvenes.
El modelo coeducativo es el elegido mayoritariamente por la educación pública en el ámbito mundial. Y ello es así porque respalda y ayuda a consolidar, mejor que el modelo de separación por sexos, el ideal democrático de plena igualdad.
En definitiva, se aprende mejor a integrar las diferencias en la diversidad de las aulas. Y es que las políticas de igualdad se pueden poner en práctica con plenas garantías en una escuela coeducativa; y eso es algo que la experiencia sí nos demuestra con abundantes evidencias.
Fuente: Sonia Reverter Bañón / theconversation.com