El tratamiento suele extenderse en la mayor parte de los casos, a unas diez sesiones en las que asumimos que si hasta ese momento no ha habido cambios, entonces es que la terapia no está siendo efectiva, probablemente por limitaciones del terapeuta, y dificultades a la hora de establecer una adecuada relación terapeútica.
Básicamente la terapia consta de tres grandes fases:
1. Recepción del paciente
En esta parte de la terapia se trata de obtener información sobre el problema, sobre los síntomas, dónde, cuándo y con quién se manifiesta. De que naturaleza son (constrictivos o de “desvanecimiento”). Probablemente el paciente (digo “paciente” cuando considero que está en actitud paciente, de hecho es en este momento en el que hay que tratar de que tome actitud de agente) pida muchas seguridades al terapeuta, y trate de saber cosas sobre él (sobre todo su experiencia, si ha tratado con casos tan raros, cuanto tiempo lleva trabajando…).
Este momento es crítico, puesto que se está construyendo la relación, y cualquier cosa que se admita en principio de forma implícita o explícita formará parte de la misma. Aquí se explicará al paciente en que consiste el problema y se le pedirá que observe atentamente en que situaciones se dan los síntomas.
2. Cambio de foco, y reconstrucción del problema
Con la información obtenida a lo largo de la semana, al ahora agente, se le hará evidente que los síntomas se presentan en unas situaciones y no en otras. Por ejemplo, para los que tienen malestar y opresión en el pecho, observarán que los síntomas se dan en situaciones en donde se siente limitado o constreñido. En ocasiones se hará evidente que los síntomas se agudizan en presencia de determinadas personas o mejoran en presencia de otras.
Esta fase se extiende durante la mayor parte de la terapia, y está encaminada a que la persona conecte cada vez, más y mejor, los síntomas con su vida. Como se puede ver, en vez de pedirle a la persona que se “distraiga” del síntoma y que trate de evitarlo, se le pide que lo observe, que vea su “textura” que trate de ver en que consiste, que saque el máximo de información posible de él.
3. Fase de desvinculación
Una vez que la persona ha conectado el síntoma con su vida se vuelve mas hábil para posicionarse como agente, por tanto cada vez depende de ella el manejar los problemas en que está inmerso. Normalmente el disponer de esta nueva información provoca cambios, que realiza el agente. En este momento la terapia queda en manos de él mismo, y la periodicidad de las visitas se irán espaciando a su conveniencia.
En los casos donde los síntomas reaparezcan en este momento, se trabajará con ello, ya que es información sobre como está percibiendo el agente la desvinculación de la terapia y del terapeuta. En algunos casos se acordarán sesiones episódicas a demanda del agente a lo largo de su historia personal, debido probablemente al surgimiento de nuevas situaciones problemáticas.
¿Cómo nos ayuda la terapia?
En mi experiencia, estas sesiones suelen servir para confirmar lo que el agente ya sabe o cree saber de lo que le está pasando. De forma general, el tema de los vínculos de apego y de las relaciones es fundamental a la hora de entender el problema que nos ocupa.
En una gran parte de los casos, por no decir en todos, el desencadenante de los ataques de pánico es el “estado” de una relación Según los DSM (manuales diagnósticos y estadísticos de los trastornos mentales) “la edad del inicio del trastorno varía considerablemente, si bien lo más típico es que el inicio tenga lugar entre el final de la adolescencia y la mitad de la cuarta década de la vida, lo que podría indicar una distribución de tipo bimodal, con un pico de incidencia al final de la adolescencia otro pico de menor entidad en la mitad de la cuarta década de la vida”.
Este conocimiento estadístico del problema, indica que sobre todo se desarrolla en el inicio de la adultez, y en menor grado en torno a los cuarenta años. El lector estará de acuerdo en que son dos momentos críticos en la vida de las personas, ya que en el caso de la adultez, como decía Milán Kundera, en la edad de la ignorancia, se toman decisiones fundamentales para el resto de nuestra vida, y se toma distancia de lo que han sido nuestros principales vínculos afectivos, incorporando otros. En el caso de la cuarentena, también seguramente (y esto es pura especulación) se estará haciendo una valoración de la vida y de lo que queda de ella, ya que “la muerte es un hecho posible” (un frase maravillosa que encontré en “El Dios de las pequeñas cosas” de Arundathi Roy).
Los síntomas pueden ser de tipo constrictivo, con síntomas toráxicos (asfixia, pelota en el estómago, taquicardias) y por supuestos correlatos cognitivos (pensamientos catastróficos de muerte y/o amenaza a la propia integridad). Posiblemente, también se sucedan arranques de rabia y/o agresividad, especialmente si el agente ha logrado conectar en alguna medida los síntomas con la situación interpersonal que los provocan.
También pueden haber crisis de “desvanecimiento” o “irrealidad” y desmayo. En estos casos, se percibe a la relación principal como “en la cuerda floja”, es decir, se está percibiendo el vínculo como poco seguro. Por supuesto, esto no quiere decir, que haya responsables de los síntomas, y mucho menos las personas del entorno del agente. En cualquier caso, podríamos decir que son el resultado lógico del vivir, y de cómo la persona que sufre los síntomas “construye” ese vivir y sus devenires.
Fuente: Jesús Castro Rodríguez. (2025, febrero 3). Protocolo de tratamiento de las crisis de angustia y/o los ataques de pánico o ansiedad. Portal Psicología y Mente. https://psicologiaymente.com/psicologia/protocolo-tratamiento-crisis-angustia-ataques-panico-ansiedad